23 de enero de 2015

Mi vida entre chicas

Mi vida diaria era divertida, vivía con mi madre, una nueva compañera en acogida, Kira, y mi hermana mayor Lola. 

Una de las cosas que hacen los amantes de los animales, y que mucha gente debería hacer si es posible es optar por acoger animales hasta que encuentren su hogar definitivo.

¿Y qué es una casa de acogida? Se trata de dar la bienvenida a animales a tu propia casa de manera temporal, cuando no es posible adoptarlos y es entonces cuando la asociación pertinente paga los gastos de manutención mientras se les busca una adopción responsable. 



De esta forma el animal no lo pasa mal en el albergue, o perrera, y además incluso se le puede apadrinar mientras tanto. Esto en el mejor de los casos. Pero lo que le ocurrió a mi madre fue diferente.

Otro abandono más y una nueva compi 


Llegó la noticia a sus oídos de que iban a abandonar a una perra beagle, las tan afamadas razas que jamás he entendido porque se adoran tanto cuando en realizar lo importante es el amigo, el compi en sí. Los humanos aun debe aprender mucho sobre ésto.

La cuestión es que unas chicas tenían una perra que al parecer sufría ansiedad por separación, un problema importante, pero que tiene solución.

Consiste en el que el animal al quedarse solo puede destruir objetos de la casa, ladrar, estar muy ansioso antes de la marcha del dueño y muy excitado a su vuelta, son síntomas de la ansiedad por separación pero que con un tratamiento y cuidados para su recuperación, tiene solución. Pero en este caso al parecer el abandono era la mejor opción para ellas tras haber adquirido a este animal previo pago hacía más de cinco años.

La pequeña Kita tenía algún que otro problema de corazón y a pesar de su lealtad decidieron que lo mejor era deshacerse de ella.

Mi madre al enterarse de la urgencia y a pesar de que en la casa ya había overbooking y pocos recursos decidió quedársela en acogida con vistas a la búsqueda de una adopción futura.

Así que un domingo vinieron a traerla, simulando estar muy apenadas, con el compromiso de ayuda si se necesitaba y de llamar para preguntar por ella. Nunca jamás se volvió a saber de ellas. Eso me lleva a preguntarme si realmente la querían tanto como decían. Yo creo que no.




Lo cierto es que la convivencia era divertida con ella aunque a veces se ponía un poco dominante y glotona. Si me descuidaba me dejaba sin comida. Fueron meses muy intensos donde mi madre intentó ir solucionando con calma el problema de conducta que tenía.

Kira encontró su sitio 


Finalmente, se quedó en la casa de campo de una mujer maravillosa, compañera de fatigas de mi madre, donde podía correr a su antojo ya que necesitaba un sitio para andar en libertad porque necesitaba mucha actividad y el piso en este caso no era la mejor opción.

A día de hoy, sigue feliz viviendo en el campo, comiendo como una glotona, y a pesar de que a mi madre le entristeció el que tuviera que irse, fue lo mejor para ella.

Entendió que las casas de acogida son un paso y una ayuda más para intentar paliar el gran problema del abandono, y que de esa forma se pueden ayudar a muchos animales.

La cuestión que me planteo es la siguiente: ¿merece un compi ser abandonado por problemas de salud, edad o cualquier otro motivo absurdo? No existen excusas que lo justifiquen y solo existe la responsabilidad de un humano para decidir y comportarse como tal, aceptando que somos seres vivos, que necesitamos cariño, cuidados, y felicidad. 

Si eso no se puede llevar a cabo lo mejor es no adoptar. Piénsalo antes de hacerlo porque es un compromiso para toda la vida.

Un abrazo. 

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