23 de junio de 2016

Mis diabluras de juventud

Me encanta comer, no puedo negar que ante un buen plato soy un gran gourmet. Supongo que en mi vida anterior pasé bastante hambre y eso hace que siempre intente tener reservas suficientes.

Aunque hoy no voy a hablar de la comida propiamente dicha, sino de las diabluras que como buen cachorro comencé a hacer a mi llegada. ¡Atención! Esto que lo tengan en cuenta las familias ante la llegada de un cachorro. 

Cuando llegué a la casa de mi mamá, estaba apagado, sin chispa, eso fue cambiando conforme ella iba dándome confianza. Quiero contaros algunas de las travesuras que he ido haciendo, pero el secreto debe quedar entre nosotros.


Mis travesuras de Juventud 


Una noche, aprovechando que mi mama estaba hablando por teléfono en otro cuarto, me acerqué sigilosamente a la pequeña mesa que se encontraba en medio del salón, solía rondarla con frecuencia porque el 90% de las veces había comida.

Así fue como un suave olor recorrió mi hocico, me acerqué y sin mediar ruido comencé a desgranar un paquete de chicles de mil sabores.

Fresa, mora, frambuesa, la verdad no tenía claro un sabor en concreto, pero me divertía morderlos, rosigar los papeles. Para mayor comodidad lo sustraje con la boca y me lo llevé a mi terreno, mi propio lecho. Acto seguido, comencé a espolvorear todo el salón con miles de pequeños papeles, acabé cansado de tanto esfuerzo. No me imaginaba que hacer estas travesuras fuera tan agotador.

Justo cuando estaba a punto de echarme un sueñecito por la labor tan lograda que había realizado, un grito interrumpió mi calma. Nada más que decir, creo que no le gustó la sorpresa a mi mami porque me echó una pequeña reprimenda y, por supuesto, jamás volví a ver nada gustoso ni atrayente en la pequeña mesa del salón.




Otra trastada más en mi trayectoria 


Uno de los días más divertidos que recuerdo, fue cuando encontré un objeto con dos espejos en el sofá, lo que normalmente soléis llamar gafas. ¡Vaya sorpresón! Mi madre hacía tiempo que no dejaba nada cerca de mis alrededores, era toda una novedad.

De manera sigilosa lo metí entre mis dientes y lo llevé a mi cama, estuve buen rato reconociendo cada parte, troceándolas,¡fue genial! Acto seguido, eché una siestecita como recompensa ante semejante labor.

Entreabrí un ojo cuando escuche la puerta, comencé a mover el rabo en señal de bienvenida, pero sin acordarme de que tenía varias piezas de las gafas alrededor de mi cama. Ni que decir tiene que la bronca fue monumental, eso sí, como se suele decir "que me quiten lo bailao".

Estas son solo algunas de mis travesuras, muchas acontecieron durante mis épocas más tempranas, pero solo quiero recordaros que son propias de la edad. Me fueron educando para no repetirlas, al menos de esa forma tan "heavy", pero es inevitable que cualquier perro joven con gran energía no tenga ganas de experimentar cosas nuevas.

Es normal realizar alguna fechoría puntual, para eso están los humanos para ir marcando normas y educarnos, pero no por ello debemos ser abandonados sin más, sino que hay que entender que el carácter jovial y la conducta propiamente de esa etapa es un hecho que debe quedar claro cuando se adopta un cachorro.

Recuerda, educa a tu peque, todo es cuestión de tiempo y paciencia.

Un abrazo. 

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